De niños la veíamos lejana aún.
Tan sólo nos preocupaba
el juego y crecíamos deprisa.
Bocadillos de Nocilla,
cromos de futbol
y partidos a miles.
Yo era siempre Julio Alberto.
Después la adolescencia
la vio posarse al final de la escalera.
Eran tiempos de reafirmación,
de contradicción, de rebeldía,
de amigos para siempre
e incluso de primeros versos toscos.
De amores idealizados,
de utopías hechas persona
y de primeras tentaciones.
Y al fin llegamos, años más tarde,
y descubrimos el compromiso,
la responsabilidad
y el valor de las personas.
Pero también el desengaño,
lo utópico de aquellas utopías
e incluso la muerte.
Pasamos de idealizar a Sid Vicious
a intentar entender a Leonard Cohen.
Hoy exhala sus últimos días,
y yo le escribo en cuartillas.
Me bloqueo a veces.
Las fotos me recuerdan
lo que ya no soy, lo que ayer fui
y lo que me ha hecho
ser tan yo en realidad.
Pero con la convicción
de haber sabido disfrutar de los tesoros
que supimos encontrar a veces,
que buscamos y no encontramos otras
y que también se nos plantaron
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